19 janeiro 2013

La silla


Tenés muchos pelos. ¿No te gusta? Es como acostarse con un animal, mientras le acariciaba la piel del hombro, desplazando los pelos demasiadamente largos y gruesos con las yemas aún húmedas de los dedos. Era el rescoldo del sexo, Eros sentado satisfecho en una silla de plástico al pie de la cama deshecha. No le gustaba. Abría aquí una excepción. Lo mimaba como quien mima a un neandertal en el zoológico del tiempo. Lo había visto antes en ocasiones sociales y pese a la admiración que le producía, terminaba siempre absorta en los pelos que asomaban del pecho invadiendo el cuello y la camisa, la barba que aun afeitada se le notaba cerrada y tupida, las cejas espesas y oscuras como el pelo de todo el brazo, los nudillos y hasta el contorno de las orejas. Algunas cosas que desagradan dejan de verse con el tiempo. Detuvo el índice sobre un pelo blanco que brillaba a veces y escapaba a su acecho. Y vuelven a verse luego. ¿En qué pensás? era la pregunta equivocada. En un oso polar venidero. La abrazó con fuerza y la subió sobre su cuerpo inexplicablemente fresco para que dejara de verlo.


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